¿Alguna vez te has sentido avergonzado? De algo tan natural como es tu peinado o porque
te sientes comparados, menospreciado, o simplemente por qué vas mal vestido o no perteneces a
una cierta clase social.
La herida de la humillación se nos despertó de niños cuando sentimos que alguno de nuestros
padres (indistinto el sexo) se sintió avergonzado de nosotros, o por el miedo a sentirnos
avergonzado porque nos ensuciamos, porque no guardamos las formas sociales, o porque nos
vestimos mal o condición física.
En algún momento de nuestra infancia nos sentimos degradados,
comparados, mortificados o avergonzados a nivel físico de “hacer” o “tener”. Quizá en algún
momento eso nos hizo sentir culpables sin sentirnos avergonzados, y el hecho es que la culpa
viene amiga de la vergüenza y para no sentir esta vergüenza o la herida desarrollamos la máscara masoquista.
Con esaprotección, en algunos momentos nosotros mismos nos provocamos la humillación antes de que
otro lo haga.
La humillación provocada por situaciones de crítica, desaprobación y ridiculización de nuestros
padres hacia nosotros inicialmente con el tiempo nuestra herida se creó personas dependientes y
capaces de hacer cualquier cosa con tal de sentirnos válidos y útiles, lo cual retroalimenta nuestra
herida ya que nuestro autoconcepto depende de la imagen que los demás tengan nosotros.
«En algún momento nos consideramos personas menos válidas y dignas cuando realmente no es así es una creencia de nuestra mente nada más»
Y pasamos complaciendo las necesidades de los demás dejando
nuestras propias necesidades en segundo plano para ganarse la aprobación, el respeto y el cariño
de los demás. ¿Hasta cuando seguiremos así permitiendo que los demás se aprovechen de
nosotros? ¿Por qué no aprendemos a poner límites?